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La vida es un cambio constante, solo queda adaptarte.



jueves, 6 de junio de 2013

Pensamientos Embarazosos II : El Parto

El hecho de tener a una personita dentro, ya era bastante como para imaginarme cómo sería sacarla de ahí y que nadie salga herido en el intento.

Llegué tranquila a las 39 semanas. Luego de los angustiadores tres primeros meses, lo que siguió fue bastante tranquilo. De lo único que me puedo quejar de esa etapa fue la artritis que no me dejaba caminar mucho (sí, a las embarazadas nos da artritis, que así como viene, se va. La mía duró hasta el quinto mes post parto). 

Eran semanas lindas, preparando el cuarto de Rafaella, comprando su ropa, terminando su scrapbook y esperándola con mucha ilusión.

Astor custodiando la ropa de hermana menor
Foto: Rociolv

Papá y gato pintando el cuarto de Rafaella
Foto: Lita Chueca

Mi parto estaba programado para un 15 de noviembre. Hasta mi última cita mensual, en quincena de octubre, Rafaella estaba colocada correctamente (coronada) y no tenía "circulares" (el cordón umbilical alrededor del cuello). Según el doctor, mi parto podía adelantarse porque mi cuello uterino "había empezado a madurar". Yo quería trabajar hasta el último momento para que mi periodo post parto en casa sea más duradero, pero con esa noticia, tuve que pedir rápidamente mi licencia por maternidad para fines de octubre. En la siguiente cita con el doctor, él notó que mi cuello uterino no había madurado un centímetro más desde la última revisión. Debo decir que eso me frustró un poco.

Aprendiendo a respirar
Foto: Luis Morelli (Boni)
Para esas fechas ya había terminado mi taller de psicoprofilaxis y había aprendido las técnicas de relajación y de respiración para cuando vengan las contracciones y cómo reconocer los signos de parto. Nos dijeron a todas que el parto era nuestro y que tratáramos en lo posible de evitar cualquier intervención (cesárea) innecesaria y que tratemos de recibir al bebé lo más pronto posible en nuestro pecho y de ser posible dejarlos que lacte el calostro. De esta manera, reducimos el stress del nacimiento en un bebé y la angustia que puedan sentir después de estar en un medio líquido, cálido, oscuro y tranquilo, escuchando los latidos del corazón de mamá y sus ruidos gástricos para luego pasar a un medio seco, iluminado, ruidoso, sucio y donde el latido de mamá ni su voz  están cerca. Nos decían por eso que impidamos que se lleven a nuestros hijos a la sala de bebés inmediatamente y que tratemos la primera noche pasarla junto a ellos, acurrucándolos y amamantándolos. A todo esto se le llama crianza con apego. Yo sabía que quería eso para mi hija.

No estaba segura si deseaba o no que me coloquen anestesia epidural. Había oído historias de madres que tuvieron un parto realmente natural y decían que dolía mucho, pero que ese dolor se iba cuando salía el bebé. No me asustaba el dolor, me asustaba la idea de cómo un ser de más de tres kilos iba a salir por un canal tan pequeño.

Bueno, con todo ese conocimiento y con esas dudas, una noche, una semanas antes de parir, me vinieron las llamadas "contracciones de ensayo" y no hice más que ponerme nerviosa, traté de tranquilizarme y creo que lo logré cuando me dormí unas dos horas después. Boni me ayudaba a llevar la cuenta y eran contracciones sin ritmo y sin una frecuencia constante. Llamé al doctor al día siguiente y me dijo que no tenía porque preocuparme aún.

El 13 de noviembre tuve mi cita de la semana 40. Las citas semanales anteriores indicaban que todo seguía igual, que mi cuello uterino estaba más verde que un limón. El resultado de esa cita no fue distinto. El doctor me dijo lo siguiente: "flaca, no me gusta que mis pacientes lleguen a más de las 40 semanas, pero es tu decisión. Yo te recomendaría internarte hoy día para tratar de inducir la maduración de tu cuello y ver que pasa"  El motivo de no querer pasar de la semana 40 es que la placenta (que alimenta y oxigena al bebé) se envejece, es decir, se calcifica y no es una placenta óptima ya que no oxigena bien al bebé. Yo no quería que mi hija corra riesgos, asi que esa noche fuimos, Boni y yo, a la casa y recogimos nuestras cosas (mías y de Rafaella) que ya estaban perfectamente listas y fuimos a internarnos a la clínica. Cada médico tiene su propio criterio y yo confío plenamente en el criterio del mío. Yo no quería esperar a "ver que pasaba" una semana más, no quería que por esperar, luego me digan que tenían que practicarme una cesárea.

No avisamos a nadie, sólo lo sabía mi suegra que estaba en la casa en ese momento. Boni y yo ya habíamos tomado la decisión de hacerlo así. No queríamos el cuarto de la clínica lleno de gente. Si una personita tan chiquita y confundida acababa de llegar, lo mínimo que podíamos hacer, era darle un lugar cálido y silencioso y  yo, que había optado por la lactancia materna exclusiva, como primeriza, necesitaba privacidad. Conociéndonos, ambos los preferimos así y por eso comunicamos días antes a nuestros padres y amigos más cercanos que avisaríamos horas después del nacimiento, no inmediatamente y que preferíamos que fueran a la clínica, de ser posible, al día siguiente. Queríamos estar solos, los tres, juntos como familia, en privado en ese momento en que trajeran a Rafaella al cuarto y que empezáramos a conocernos. Algunos no lo entendieron y hasta caras largas me pusieron, pero bueno, pensé que si me querían, iban a respetar nuestra decisión. Habrá a quienes les encantaría tener a toda la familia en el cuarto, pero a mi no, me abrumaría en vez de sentirme feliz.

Esa noche en la clínica, después del famoso enema,  me colocaron un medicamento para mi cuello uterino y me dijeron que duerma, así que dormí. A la mañana siguiente, fueron a revisarme a las ocho de la mañana y ya había dilatado, sí, el medicamento hizo efecto. En ese momento, me pusieron otro medicamento para inducir las contracciones. En menos de dos horas yo ya había dilatado a tres. Las contracciones eran realmente insoportables y tuve que pedir la epidural a gritos. Las contracciones inducidas son mucho más severas que las naturales. El efecto de la anestesia se iba muy pronto y tuvieron que ponerme hasta tres dosis en menos de tres horas. A las once de la mañana "rompo fuente" y ya había llegado a ocho de dilatación. Al medio día, la cabeza de Rafaella se dejaba ver después de dos pujadas y ya estaba en diez. Mi trabajo de parto fue bastante corto. Boni iba a estar presente en el nacimiento. El momento había llegado.

Hola, soy tu mamá, no hay por qué llorar.
Foto: Luis Morelli (Boni)
Me trasladaron a sala de partos y luego de tres pujadas indoloras, a las 12:21 p.m., de un 14 de noviembre del 2012, Rafaella vio la luz del mundo por primera vez. Todo fue tan rápido que sólo derramé tres lágrimas. Ella lloraba muy fuerte y mientras la atendían yo sólo quería que esté sana y completa. A los pocos minutos la trajeron conmigo, su carita estaba hinchada y lloraba reclamando a su mamá, no dándose cuenta que era su mamá quien ahora la cargaba. Me reconoció luego de unos minutos y se calmó. Se la llevaron casi dos horas a la sala de bebés, mientras terminaban de atenderme, expulsaba la placenta, suturaban la episiotomía que me practicaron y frenaban alguna pequeña hemorragia que pudo suscitarse. Hubiera querido quedarme con ella todo ese tiempo, pero estaba demasiado eufórica y anonadada por no decir "estúpida" por el milagro que acababa de ocurrir como para siquiera pedirlo.

Cuando llevaron a Rafaella a mi cuarto, ya cambiada y serena, la amé con todo mi corazón y agradecí realmente estar sola, quería ese momento solo para las dos. Sólo faltaba Boni que fue a casa a bañarse.  Cuando estuvimos los tres juntos, la felicidad fue completa. Eramos tres enamorados mirándose por primera vez. Es necesario estar a solas en esos momentos.

Estoy de acuerdo con los partos naturales. Hubiera querido no tener que necesitar epidural porque deseaba aguantar el dolor hasta donde pudiera, pero éste era tan intenso, que no tuve alternativa. Hubiera querido que mi necio cuello uterino madure por si mismo, para que mis contracciones sean naturales, pero nunca lo hizo. Era decidir eso, o esperar una semana más, sabiendo lo que podría pasar o en el caso final, una cesárea (que no estaba en mis planes). Yo quería luchar hasta el final por un parto lo más natural posible.
Estoy de acuerdo también con parir en sitios donde respeten tu parto o parir bajo el agua, con los partos privados y respetuosos de la vida de ambos seres que lo protagonizan, pero con lo que no estoy de acuerdo es que esos sitios no están dentro de una clínica u hospital (al menos en Perú). Quienes promueven este tipo de nacimientos, están en desacuerdo con el parto en las clínicas porque hay demasiada manipulación del recién nacido y no dejan que forme con la madre los vínculos inmediatos para desarrollar el apego. Algo que olvidan, es que muchas muertes se evitan al parir en una clínica. El solo hecho de estar conectada a una vía endovenosa y tener una Unidad de Cuidados Intensivos cerca, te da la seguridad que ante alguna distocia que merite una cesárea de emergencia, hemorragia, descompensación, falta de respiración del bebé o algo peor, puedas recibir atención médica inmediata. En esos momentos, los minutos son valiosos. Si das a luz en un sitio, por muy casa de nacimiento que sea (o hasta tu propia casa), y te ocurre una desgracia al momento del parto, el solo hecho de trasladarte o esperar la ambulancia, puede ser mortal. Esa es mi única objeción. Llámenme "maricona" o pesimista, yo prefiero llamarme precavida.  Mi madre, por ejemplo, cuando dio a luz a mi hermana mayor, tuvo una hemorragia muy severa y pudo morir si no recibía atención rápida. Si hubiera dado a luz en su casa, como lo hizo con mi hermano mayor, tal vez, yo no estaría escribiendo estas líneas. Hace poco escuchaba por la radio a Adelina Villalobos, obstetriz, que indicaba que la cantidad de muertes perinatales se habían reducido considerablemente gracias a la atención de partos en centros de salud. ¿Cómo no creerle a esta señora?.

¿Qué hacer entonces?  ¿Por qué no tener lo  mejor de los dos mundos? Todas las clínicas (no sólo la clínica "Cada Mujer"  - al menos es la que sé-) deberían ofrecer este tipo de partos (naturales) y así asegurar una buena atención en caso de alguna eventualidad. O ¿por qué no?, que estas casas de nacimiento tengan una unidad de primeros auxilios instalada. El resultado sería: madres más felices y relajadas y bebés menos intervenidos y felices y relajados como sus madres. Pero cuando no, yo, pensando en utopías. Quisiera que esta utopía sea alguna vez una realidad. El parto debe ser respetado sea donde sea que se realice.

Finalmente, en el momento de mi parto, con tanta emoción encima, me olvidé del momento en que el doctor debía cortar el cordón umbilical (tres minutos después del nacimiento), que Boni corte el cordón (no lo cortó), del apego (Rafaella estuvo casi dos horas en sala de bebés, lejos de mí) y de muchas otras cosas que te recomiendan. Aún asi, no cambio mi parto por nada, fue único, fue el momento en que conocí a Rafaella y fue nuestro e íntimo. Cuando estuvimos juntas, ella lactó el calostro instintivamente y desde ese momento el apego empezó, dos horas tarde, pero no importa. El apego continúa y ella recibirá siempre lo mejor de mí y de su papá. Si tengo otro bebé, tal vez lo haga distinto, ya tengo la primera experiencia. Una cosa es que te recomienden mil cosas o leas y veas mil cosas y otra es vivir para contarla. De repente me anime a parir bajo el agua y de hecho que trataría de tener contacto piel a piel lo más temprano posible con mi bebé y reclamaría algunos otros derechos que la primera vez no reclamé. Nadie nace sabiendo.

Rafaella y yo en pleno aprendizaje.
Foto: Viviana Ledesma

ACTUALIZAZIÓN AL 13-05-2018

Han pasado cinco años desde que parí a mi hija Rafaella y en todo esto tiempo he tenido muchas revelaciones y me ha costado darme cuenta que sufrí de violencia obstétrica, leve y asolapada porque me trataron muy bien, pero lo fue al final.
En ese momento no sabía que el cuerpo de la mujer está hecho para parir y que tenía que confiar en el proceso. No sabía que la medicina se ha adueñado de nuestros partos y los ha medicalizado al punto de que a la parturienta la tratan como a una enferma que no tiene voz ni es la protagonista.
No sabía que no debieron llevarse a mi hija.
Confié en el personal de salud más que en mi.
Han tenido que pasar años para poder sanar esto. He conversado con mi hija y le he pedido perdón.
Al tener a mi segunda hija, pude empoderarme, pude sentir esa fuerza, ese dolor que viene desde dentro y se transforma en luz. Pude reivindicar mi historia.



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Pensamientos Embarazosos I: Embarazo

y las que siguen...

Pensamientos Embarazosos III : La Lactancia